Apartamento rural con vacas


Para el puente de San Jorge decidimos ir a la Ribagorza, sobre todo a la parte de los Pirineos. Como no somos montañeros, sino más bien pisaprados, buscamos un sitio tranquilo, cerca de las principales localidades medievales, de los monumentos románicos, iglesias, monasterios y puentes, y que nos permitiera movernos con facilidad.
Encontré por Internet (ese invento maravilloso pero no siempre fiable) un apartamento en un pueblo situado en las faldas del Turbón. Esto me pareció estupendo. El Turbón es un lugar mágico, dicen los partidarios de lo esotérico. Es una montaña de tonos grises, sin vegetación, que forma un macizo solitario antes de las grandes cumbres de los Pirineos. Además, es zona de balneario y de aguas medicinales. Todo muy poético.
El pueblo pertenece al municipio llamado Valle de Bardaji, que tiene 52 habitantes repartidos entre cuatro localidades. Como en la localidad que íbamos a estar, llamada Aguascaldas,  esta el ayuntamiento, pensé que sería la más habitada. Me equivoqué. La localidad tiene un habitante (si, no. No me he equivocado al teclear) que creo que no vive en el pueblo, o nosotros no lo vimos. Nos contaron que desde hace 20 años viven sólo dos familias en el pueblo: una se ha ido a vivir a Graus y del otro matrimonio murió la mujer, así que solo queda el viudo. Me gustan los sitios solitarios y sin ruidos, pero esto era demasiado. Al ver que la calle en la que estaba el apartamento se llamaba "calle única",  ya podía haber sospechado algo, pero no lo hice.
Me falto “olor a carne humana” como decían los gigantes en las rondallas mallorquinas (cuentos populares de transmisión oral), porque otro olor si que tuvimos, tan fuerte que no se podían abrir las ventanas del apartamento, ni del coche.
El paisaje es espectacular. Cuando subes a la localidad piensas que llegas al cielo. La carretera es buena hasta el desvío y luego solo queda un kilometro y medio. Hay curvas, pero sin circulación, así que se va bien. El edificio de los apartamentos es de piedra, una construcción respetuosa con la arquitectura tradicional de los  Pirineos. Todo parece ideal, pero cuando bajas del coche te invade un olor penetrante de excremento de vaca. Es como un mazazo en tus pituitarias.
En el pueblo no hay habitantes humanos, pero si grandes naves llenas de vacas. No son la media docena de vacas que se ven en algún prado. No. Son inmensas naves con vacas estabuladas y bien abiertas al espacio exterior para que se ventilen y las vacas no se mueran con su propio olor. Hay cientos de vacas en grandísimas naves, con una maquinaría modernísima y con una cantidad de estiércol que forma grandes montañas y que huele a demonios. Seguro que el olor del azufre del infierno es mas soportable. 
Los depósitos de estiercol se han construido como grandes espacios que penetran en la montaña y que forman dos grandes paredes donde se acumulan miles de toneladas que cubren después con lonas sujetas con neumáticos de camión. Seguro que dentro de cientos de años algún arqueólogo interpretará estos lugares como alguna forma de construcción religiosa o algo parecido. Hoy son toneladas de mierda de vaca mezcladas con paja que huelen a cuerno quemado, o peor. Había leído que es una zona de explotaciones agropecuarias, pero no me imaginé que fuera tan olorosa.
Asi que el paisaje precioso, pero no se podía ver. Pasear por la zona fue una temeridad. Volvimos del paseo por el pueblo con las zapatillas llenas de excremento de vaca, toda la ropa oliendo a rumiante. Nuestro perro, un bichón maltés maltes blanquísimo, que en cuanto nos despistábamos se revolcaba en la caca de vaca, regreso a casa de color marrón y oliendo fatal. Fue el único que se lo paso bien; le parecía de lo más atractivo este olor, buscaba los pedazos de excremento que caían de los tractores para revolcarse. Al entrar en el apartamento le puse un buen chufletazo de colonia. No le gustaba nada y protestaba, pero mitigaba un poco su olor.
En el apartamento pasaba lo mismo. No se podían abrir las ventanas, entraba el olor y un ejercito de mosquitos de todas las especies buscaban cobijo a toda prisa. Así que en el apartamento estábamos encerrados, con la luz echada y mirando por el cristal que no estaba de lo mas límpio, pues cientos de mosquitos chocaban contra él buscando refugio.
Siempre he dicho que no me gusta el campo, que haber sido chica de pueblo en la posquerra franquista  me saturó, que no me pondré un huerto y que en el mercado las frutas y verduras me parecen estupendas. Después de la experiencia con las vacas tampoco me gustan los animales, no pienso tener gallinas felices para comer huevos sonrientes. En el super los venden en unas cajas monísimas. Vamos, que me quedo con los reportajes de naturaleza de la 2 para echarme la siesta.
Menos mal que el resto de expectativas se cumplieron y el antiguo condado Ribagorza conserva unos monumentos románicos fantásticos.

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