Gimnasio, músculos y sexagenarias.
Voy al gimnasio por prescripción facultativa. Desde luego, no por devoción, que es el otro motivo que hay para hacer algo que no te gusta.
Durante años me han recetado, como a todos los españoles que van al médico, 2 litros de agua y una hora de andar. Siempre pensé que no era posible que un médico estudiara seis años para recetar esto, asi que tenían que ser ordenes del Ministerio de Sanidad. Beber sin tener sed me parece un esfuezo inútil y andar una hora sin ir a ninguna parte, una majadería. Hasta que un médico me prescribio muy serio, muy severo y muy ceñudo el ejercicio físico y me convenció.
El gimnasio es un sitio, por lo menos, curioso. No por su estructura (un lugar con maquinas de tortura en seco y una piscina para la tortura por inmersión), sino por la fauna humana que vamos allí.
Hoy se ha dado una situación especial.
Como todos sabéis voy a Aquagym, o lo que es lo mismo gimnasia en el agua. Unos dias nos da clase un chico y otros, una chica. Así hay variedad. Lo que no varía son los alumnos: tres o cuatro hombres y treinta mujeres.
Hoy daba la clase el chico. Al entrar en la piscina ya han empezado los gritos de las mujeres, algo asi como si fuera el cantante de moda que esperan las adolescentes. Tened en cuenta que la edad media es de 60 años, es decir, la mitad de más de 70 y la otra mitad de más de 60 y alguna en la cincuentena que es como la hermana pequeña que se ha perdido en esa clase de sexagenarios. Al oir el griterio he pensado en aquellas corridas de toros en que las mujeres le lanzaban el sujetador al ruedo al torero y he cerrado los ojos por lo que sería el espectáculo si le lanzaban los bañadores. Algunos de la talla 50 y muchos, de más.
Ha resultado ser un profesor joven, guapo, de cuerpo bien modelado, que pensaba que estaba en un cuartel de los marines de EEUU. Gritaba con cada orden, exigía competitividad y ponía castigos a las que terminaban tarde el ejercicio. El castigo eran flexiones al borde de la piscina que iban aumentando a medida que aumentaba nuestra torpeza: diez, treinta, cuarenta...
Lo que me ha demostrado lo poco que cambian las cosas importantes ha sido la reacción de las mujeres. Cuando ha terminado la clase todas estaban felice. El lenguaje ofensivo y la técnica agresiva y cuartelera no les parecía mal, sino todo lo contrario: les hacia gracia.
Si esta actitud la hubiese tenido la chica se hubiese montado una buena. A ella le protestan cuando manda los ejercicios y le dicen: "Si tuvieras nuestro peso no podrías hacer estos ejercicios". ¡Cochina envidia, que no tiene ni un gramo de grasa!
La conclusión a la que he llegado es la siguiente:
La primera es que hay muchas mujeres necesitadas y que no está la necesidad en relación con la edad.
La segunda es que donde este un tio bueno, que se quite todo lo demás. Qué más dará el lenguaje agresivo, la falta de respeto, las órdenes bramadas sin consideración... mientras el sujeto esté de buen ver.
La tercera es que en este pais el machismo es cosa de hombres y, por desgracia, de mujeres.
Solo me queda rezar :
"Dios mio, escucha esta agnóstica, que como oveja descarriada vuelve a ti, y te pide que lo que no arreglan la Constitución y 36 años de democracia, por favor, lo arregles Tú".
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